¿Qué futuro nos espera ahora que la ciencia y la tecnología han logrado penetrar los espacios más pequeños de la materia? ¿Ahora que se conoce el lenguaje del genoma humano y se puede manipular? ¿Ahora que la comunicación interplanetaria se puede hacer en tiempo real gracias al manejo numérico de la información? ¿Ahora que las especies vivientes son manipuladas por la ingeniería genética? ¿que se vislumbra la posibilidad de dominar la materia a nivel molecular gracias a la nanotecnología? ¿Qué la realidad virtual ha demostrado su capacidad de producir efectos reales en la realidad física? ¿Qué ya se han creado robots que podrían “convivir” con nosotros en nuestra vida cotidiana y realizar tareas que siempre hemos visto como exclusivas del ser humano?
El hecho de que la ciencia y la tecnología hayan trascendido a niveles moleculares aumenta exponencialmente sus alcances, pero ¿significa esto que también se aumente el poder de quienes toman las decisiones fundamentales sobre su uso? Algunos exponen escenarios apocalípticos; otros son más optimistas. Sea cual fuere la actitud y las acciones adoptadas, es preciso que éstas sean fundamentadas con base en una concepción sobre la relación entre el ser humano y la tecnología. Según Sloterdijk (2001), la tensión fundamental de la actualidad frente a este problema es la inevitable confrontación entre los hábitos alotecnológicos del hombre contemporáneo y el emergente pensamiento homeotecnológico. Desde la posición alotecnológica se concibe la técnica y la tecnología como instrumentos a merced del sujeto y externos a él (antropocentrismo), mientras que para la visión homeotecnológica, estas son prolongaciones constitutivas del ser que lo estructuran y, a la vez, son estructuradas por él. La primera de ellas es la adoptada por Heidegger y Habbermas, lo cual explica, según Sloterdijk, su actitud pesimista frente al futuro. Esto es bastante comprensible si se mira desde esa posición los efectos catastróficos que hemos mencionado antes.
No obstante, si nos posicionamos desde la propuesta homeotecnológica, veremos en las tecnologías moleculares una oportunidad de apostar por la construcción de una ética de la amistad y una ecología de la inteligencia. Esto sólo sucederá si el hombre toma las riendas de su destino, se apoya en el más alto conocimiento del ser, y acepta la existencia de una materia informada como mecanismo superior con el potencial de albergar la más alta inteligencia. Una “ética de la amistad” implica repensar el vínculo social; una ecología de la inteligencia exige un pensar universal totalmente exento de matices totalitaristas que vincule la multiplicidad de saberes que hacen posible la vida y la convivencia.
La propuesta de la Inteligencia Colectiva de Pierre Levy constituye, a mi modo de ver, un referente teórico potente para analizar el pasado, pensar el presente y proyectar el futuro. Categorías como La ingeniería del vínculo social que descansa en la idea de la comunidad de justos, y el Espacio del Saber, como proyección de un estadio superior de vida global en comunidad, serán fundamentales para pensar la pregunta central de mi tesis doctoral que, por supuesto, aún se muestra esquiva. Por ahora, diré que me asaltan cuestionamientos como ¿CÓMO SERÍA UNA SOCIEDAD JUSTA? ¿QUÉ PRINCIPIOS SE DEBERÍA ADOPTAR PARA UNA CONVIVENCIA JUSTA EN SOCIEDAD?
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